sábado, noviembre 04, 2006

Volar


Para caminar o correr por los caminos construidos por la ambición del hombre y sus ansias de figurar, aquellos que nacemos faltos de las cualidades o herramientas para movernos en ese mundo no nos queda otra alternativa que aprender a volar, no para competir con los que corren, sino que para escapar un poco de aquella vorágine impersonal, alienante y destructora.
De muy pequeño aprendí a volar, no se cuanto pero me costó hacerlo, cuantas veces caí apenas remontaba en el aire, pero a fuerza de ignorar otros deseos y apremiado por circunstancias por largas horas lograba elevarme y mirar mi comarca desde arriba y a vislumbrar lejanas fronteras que se dibujaban en el horizonte. Mientras otros niños corrían en monopatín o discutían sobre atributos y pertenencias yo me elevaba para verlos competir o alegar por un primer lugar. Ellos no se daban cuenta que yo los observaba desde arriba y pensaban que me quedaba en la línea de partida con las ganas de competir, no notaban que yo volando había llegado a la meta mucho antes que ellos.
Cuantas veces en vuelo silencioso acompañe a la niña mas linda del pueblo que se desplazaba en su brillante bicicleta, sin que ella se diera cuenta de mi aérea y protectora compañía.
Otras tantas competía en piruetas con mi propia cometa que yo mismo elevaba y dejaba anclada al alguna pesada piedra allá abajo en medio de la ventisca, mientras arriba nos trenzábamos en competencias de destrezas las aves, la cometa y yo.
Fueron muchas la veces las que me animé y aventuré llegar mas allá del horizonte que posado en tierra se veía y bastante más allá del horizonte que veían mis pequeños camaradas.
Con el paso del tiempo, los compromisos del entorno, las realidades de la vida, la presencia de la imagen, el temor al ridículo, y otras circunstancias que no permiten volar en vuelo libre sin arriesgar que a uno lo condenen por ir contra el orden establecido, las alas se fueron atrofiando hasta que llegado un momento solo eran un muñón de recuerdos.
Pero cuando los años pasan, los compromisos de diluyen, las realidades de hoy son distintas a las de ayer, ya se perdió el temor al ridículo e incluso uno a lo largo de su vida se ha ganado el derecho de volar, los muñones comienzan nuevamente a trasformarse en alados pliegues que primero con dificultad y luego con entusiasmo desbordado nos elevan nuevamente a las alturas y desde allí comprobamos que podemos ir batiendo nuestras alas a todos los rincones del mundo y a todos los rincones de nuestra vida y revivir y traer al presente las visiones de todos aquellos vuelos que por años mantuvimos escondidos.

sábado, agosto 19, 2006

La última versión de Google Earth me hizo llorar...


Ayer instalé la última versión del programa Google Earth, la 4.0 Beta, y debo confesar que me hizo llorar.
Lo descargué, lo instalé y no funcionó, primer contratiempo. Lo desinstalé y volví a repetir la operación, nada, tampoco funcionó.
¿Cuál sería el problema?
Debo decir que no soy muy experto en esto de Internet y la computación, solo soy un viejo aficionado que simula ser un entendido en estas técnicas de la modernidad, pero viejo y testarudo. Podía haber llamado por teléfono o por chat a mi nieto de nueve años y pedirle ayuda, pero no quería mostrarme ante él como ignorante en la materia. Por lo tanto me dije que solo tendría que resolver el problema.
Pensé, y claro había algo que no había hecho, desinstalar el programa mas viejo, podría ser esto lo que estaba entorpeciendo la correcta instalación. Lo eliminé y además limpie todos los restos que pudieran quedar en algún rincón del computador.
Volví a instalar el programa nuevo, con calma y tiza, como diría un jugador de billar, tratando de no equivocarme u olvidarme de algo.
Listo, ahora sí, a probarlo y a disfrutar de este nuevo software.
Otra vez nada, ya desesperaba, estuve a punto de llamar a José Ignacio, pero no, la tecnología no me la iba a ganar. Una vez más a empezar de nuevo.
Volví a releer las instrucciones y los requerimientos, creo que el problema estaba en la memoria Ram. Si bien era cierto que los requerimientos pedían como mínimo una memoria Ram de 128 Mb, que es la que yo tengo, lo óptimo era usar una de 512 Mb, parece que allí radicaba el problema.
Seguí probando y probando y nada. No quise llamar a Nacho, a sus nueve años tiene muchas otras cosas que hacer antes que estar atendiendo a su abuelo.
Volví a desinstalar y nuevamente instalar, ya no sabía que más hacer, ya me sentía abatido y derrotado.
Instalé el programa para verlo y configurarlo mañana, ya era muy tarde. Cuando iba a apagar el equipo, en lugar de apretar la tecla “apagar” apreté “reiniciar” y me fui a preparar una taza de té, cuando volví al computador, la pantalla estaba llena con el mundo de Google Earth, ¡Milagro! como para no creerlo.
Me olvidé que era tarde, prácticamente madrugada, y me senté frente al monitor a probar la nueva versión, la 4.0 Beta.
Instintivamente me fui a un lugar al sur del mundo, a un pueblo en la Patagonia argentina cuyo nombre es: Las Heras. En este pueblo viví toda mi niñez y adolescencia y ya hace casi cincuenta años que me fui de allí.
Comencé a acercarme en el vuelo virtual; cinco kilómetros, cuatro, tres, dos, uno, hasta esa distancia podía ver algo, pero muy borroso, con la versión anterior; si me acercaba más todo se perdía y diluía; ahora parece que me daba mayor acercamiento; novecientos metros, ochocientos, setecientos, seiscientos, quinientos, cuatrocientos, cuatrocientos, cuatrocientos... y me puse a llorar...
Allí estaba mi pueblo, clarito al alcance de mi mano, al tamaño de mis ojos; grande, grande, mucho más grande y yo me sentía pequeño...
Allí estaba la plaza con grandes árboles que teñían de verde su extensión, allí la calles Perito Moreno, San Martín, Roca y todas (no me acuerdo los nombres), todas pavimentadas, en el recuerdo quedaba la tierra...
Allí estaba la escuela, en la misma manzana, eso si cuatro veces mas grande, su patio, su cancha, la huerta o por lo menos el espacio de la huerta. El techo se ve azul, creo recordar que en mis tiempos era rojo, o puede ser efecto de la fotografía...se ven también otras construcciones nuevas y grandes con techos azules...
Si bien es cierto que el pueblo es mucho mas grande, yo me concentré en las doce o trece por cuatro manzanas de aquellos tiempos, en la plaza, la municipalidad, el correo, la Anónima, Argensud, El Baratillo, Muruzabal, La Esperanza, la librería Garriga, la librería Parra, la peluquería Tucci, el hotel Central, el hotel Asturias; la pequeña fábrica de agua soda del papá del "Poroto" Alvarez, donde íbamos a tomar bilz "recien salida de la máquina"; la carpintería de Mulher, la agencia Giobbi, la cancha de futbol y la sede del club Deportivo Las Heras, la escuela Nº3, el cine donde gané algunas monedas acomodando a los espectadores no esta y tampoco estan las pequeñas casas o piezas arrendadas donde en forma itinerante según donde se podía pagar un alquiler, nos criamos mi hermano Humberto y yo.
Ahora quizás ya no necesite viajar hasta allá para visitar mi pueblo, puede que una próxima versión de Google Earth me pernita caminar por sus calles (Hoy parece que todo es posible).
Pero mientras que ésta no llegue, me gustaría que tú, sí Tú, fueras la guía virtual y a través de Internet me fueras mostrando el pueblo, sus calles y su gente de hoy, mientras yo te cuento del pueblo, los trenes y los niños de ayer.
La instalación del programa me costó y me hizo transpirar pero la visita a mi pueblo y los recuerdos... me hicieron llorar.

domingo, julio 30, 2006

Bigotes en los pies


Las personas viven y son grandes mientras alguien tiene, aunque sea un pequeño recuerdo, en un pequeño rincón de una página de su libro de memorias, por más pequeño que éste sea.

¿Bigotes en los pies? La persona que lea estas líneas pensará: ¿Que es eso de bigotes en los pies?
Bueno, lo voy a explicar: sucede que... no, mejor al final, puesto que este título y esta introducción solo son pretexto para hablar de una persona muy especial (entre otras) que estuvo presente en mis años de enseñanza primaria, desde primero inferior hasta sexto grado en la Escuela Nacional Nº 3, en la entonces Colonia Las Heras, de la entonces Gobernación Militar de Comodoro Rivadavia en la Patagonia de la República Argentina.
Hoy EGB nº 3, de la ciudad de Las Heras, de la provincia de Santa Cruz en la misma Patagonia y el mismo país.
La persona a la que me refiero fue maestra y directora de aquella escuela, no se cuando ni de donde llegó, tampoco le conocí familia, lo que sí se, es que siempre estuvo allí y estuvo presente en todos mis días de clases durante siete años y también en algunas noches de vigilia esperando la reprimenda del día siguiente por no haber cumplido una tarea, una solicitud o una orden de la Srta. Julia.
Infundía orden, respeto y también temor, siempre seria, en mis recuerdos no esta su sonrisa pero sí sus labios, sus labios rojos, hoy yo diría que sus labios eran un beso.
No era bella ni muy joven, como lo eran la Srta. Beatriz, la Srta. Carmen o la Srta. Ana María, pero sus labios rojos y su pelo recogido en un moño, como un tomate, le daban un encanto especial a la Srta. Julia.
Recuerdo muy bien que las otras maestras, las mas bonitas, todas fueron mis amores platónicos y están en el capitulo “Amores y Romances de mi vida” en el libro de mis recuerdos, en cambio la Srta. Julia esta en el capitulo “Mujeres de mi vida”.
Beatriz, Carmen, Ana María, otras maestras y otros maestros me enseñaron a jugar a la pelota y a la ronda con el abecedario y los números, me enseñaron a pronunciar las palabras y a poner el acento en el justo lugar, me enseñaron a plantar un árbol en el patio, a preparar la tierra para sembrar lechugas y zanahorias en el huerto y a cultivar una flor en el jardín.
En cambio ella, la Srta. Julia, me enseño todo aquello y algo más. Me enseño a cumplir mis obligaciones, a realizar las tareas, a escuchar y a ocupar el vocabulario y era ella la que me abría la biblioteca para que entrara a leer y permitía que llevara libros para que los leyera en la casa y siempre me incitaba a seguir leyendo, leí casi todos los libros de aquella biblioteca.
También me hacía callar en la fila y en el aula, me mandaba a lavarme las manos y a limpiarme las uñas, una vez delante de todos los alumnos me mando a lavarme los pies, creo que ese día me puse tan rojo como sus labios.
Siempre me acuerdo del día que muy seria me dijo: Herrera, mañana no lo quiero ver con esos bigotes, o los corta o dígale a su padre que le compre otro par de alpargatas.
Valgan estas pocas líneas en su recuerdo, de un alumno que no fue el escritor que Ud. hubiera esperado que fuera : Srta. Julia del Carmen Gómez.

martes, julio 11, 2006

Un día 11 de julio de hace muchos años...


Al medio día de un 10 de julio, tal como dice el titulo, de hace muchos años, el colectivo o pullman estaba estacionado en el patio de la Empresa de Transportes Giobbi, en Comodoro Rivadavia, República Argentina, esperando ser abordado por más o menos una treintena de pasajeros, los cuales todos tenían el mismo destino, un pueblo enclavado en el centro de la pampa y en medio del invierno: Las Heras.
Poco a poco comenzaron a llegar los pasajeros: niños, chicas y chicos adolescentes, entre ellos el que escribe estas líneas, mujeres, hombres jóvenes y algunos que ya peinaban canas como la persona que dirigía o hacía cabeza del grupo, puesto que se preocupaba de distribuir las ubicaciones dentro del colectivo y estaba pendiente de quienes llegaban y se preocupaba por los que aún no lo hacían.
Este señor que dirigía, el de pelo canoso, no por ello mayor o viejo, sino que joven, jovial e inquieto era Eduardo Nicolás Bernal, un maestro, un deportista, un dirigente que hacía algunos años había llegado de la provincia de La Pampa y fue adoptado por los fuertes lazos de la Patagonia y los brazos de una mujer: Carmen Franco, justamente allá donde nos dirigíamos: Las Heras.
Yo vivía, de alguna forma adoptado por ellos desde que había fallecido mi padre, también en Las Heras.
En esos tiempos vivíamos en Comodoro Rivadavia donde él era subdirector del diario “El Rivadavia”, después de haber dejado el pueblo, como dos años atrás, al poco tiempo de la caída del gobierno de Juan D.Perón.
Bueno, volvamos al viaje, los primeros asientos fueron ocupados por él mismo, Carmen su esposa, Lily su hermana, Noemí, Eva y Amelia sus hijas, Jovita una chica de Las Heras que estudiaba en Comodoro y vivía con ellos y yo.
Más atrás otras personas conocidas que también eran del pueblo y ahora vivían en la urbe sureña.
Los últimos en llegar y que ocuparon los asientos de la mitad posterior del pullman fue un grupo como de diez personas que cargaban equipaje muy especial, pues sus valijas semejaban instrumentos de música, todos vestían en forma descuidada, lo contrario de nosotros que lucíamos nuestra mejor pinta. Eso sí, todos íbamos muy bien abrigados, pues el invierno era duro en aquellas latitudes, hoy estoy lejos de allí y por lo que leo ahora los inviernos no son tan rigurosos.
Nosotros prácticamente no llevábamos equipaje, solo bolsos de viaje, algunos paquetes con envoltorios vistosos y flores, unos cuantos y grandes ramos de flores.
Como a la una de tarde partió el bus, con día nublado y amenazante, rumbo al interior de la Patagonia y al interior de nuestras vidas y su pasado reciente.
Pensábamos llegar entre cinco y seis de la tarde, para poder descansar un poco del viaje, ya que la noche iba a ser larga y al día siguiente teníamos que volver a Comodoro después de haber asistido y haber participado en la ceremonia que nos convocaba.
En ese tiempo los caminos eran difíciles, lentos e impredecibles, impredecibles por las condiciones de tiempo que nos podían tocar, puesto que los pronósticos eran presunciones y no certezas satelitales como tenemos hoy. Una de esas presunciones falló y en Pampa del Castillo una fuerte nevada fue nuestra compañera de viaje, la que hacía más lento el desplazamiento.
Como a treinta kilómetros de Las Heras, ya no nevaba, pero el camino era un lodazal y de un momento para otro, allí quedamos empantanados y parecía por la cara del chofer que iba a ser muy difícil salir. Todos los hombres mayores, mayores que yo, bajaron y comenzaron a empujar la máquina, la que después de titánicos esfuerzos e interminables minutos pudo escapar de aquella trampa. Ya en terreno mas firme, ya más aliviados, pensamos que íbamos a alcanzar a llegar, tarde pero íbamos a llegar a tiempo.
Como con tres horas de retraso, como a las ocho, con una noche bien negra, apenas rasgada por los débiles faroles de las desiertas calles del pueblo, con cierto alivio nos detuvimos en un lugar donde había bastante gente esperándonos. Todos sobria y elegantemente vestidos.
Allí estaban los Arresse, los Fernandez, los García, los Soto, los Barría, los Fuentes, los Alvarez, los Burgos, los Leuquén, los Parra, los Iparraguirre, los Bardón, los Muñoz, los LLamazares, los Chaín, los Totino, los Goudiño, los Peña, los Castro, los Figueroa, los Garriga,los Franco, los Payahuala, los Cheuquepán, los Segura, los Gonzalez, los Rodríguez, los Peñalba, los Etchepare, los Pródomo, los Inchauztegui, los Nacchi, los Tucci, los Mendez, los Duarte... estaban todos.
Después de saludos, de abrazos, de bajar los paquetes que llevábamos, haber colocado en distintas partes del amplio salón, todas las flores que cargamos en Comodoro y que impregnaron el ambiente con perfume de claveles y después de haber tomado un café bien caliente, todo esto más o menos en un lapso de media hora, todos quedamos en silencio...
Se escucharon acordes musicales, eran los muchachos de equipaje musical, los mismos que hacía pocas horas con el barro hasta las rodillas liberaban el colectivo del lodazal y ahora con trajes de luces, que no me pude explicar de donde los sacaron, llenaban con baiones, tangos, milongas, pasodobles, valses y otros ritmos de moda el amplio salón, salón que era la sede del Club Deportivo Las Heras, donde en ese preciso momento se iniciaba con alegría la celebración de un año más de aquel pueblo enclavado en la mitad de la Patagonia y hoy en el centro de mi recuerdo.
Al día siguiente 11 de julio, día de la fundación del pueblo, por la tarde cansados o no, con lluvia o con nieve, con sol o con viento teníamos que volver a Comodoro.
La orquesta se llamaba Ritmo y Juventud y estaba de moda en Comodoro.
Hoy digo que nadie nos puede quitar lo comido, lo bailado y lo vivido.


Eduardo Nicolás Bernal Lonegro, vive en Comodoro Rivadavia. Además de maestro, deportista, hombre multifacético y reconocido dirigente deportivo a nivel nacional y continental, hoy con más de ochenta años es el actual Secretario de Gobierno en El Municipio de Comodoro Rivadavia.
Si yo fuera algo en Las Heras promovería un gran homenaje para este gran hombre.

domingo, junio 25, 2006

Don Amadeo: el buen doctor


Mil novecientos cincuenta y dos, debe haber sido el año, el invierno azotó inclemente al pequeño pueblo y entre sus secuelas, trajo graves consecuencias a los pulmones de mi pequeño hermano, una complicada pulmonía rebelde que lo tuvo a muy mal traer y solo salio de ella gracias a los cuidados, dedicación y cariño de nuestro buen padre, que también fue madre, puesto que ella había fallecido años antes.
Pero no solo el cuidado y cariño podían vencer aquella enfermedad que en esos años y en un lugar alejado e inhóspito, en medio de la pampa y un invierno nevado, resultaba de difícil recuperación.
Era necesario atención médica, hospitalización, medicamentos y por lo tanto recursos monetarios, los cuales no los había, nuestro padre, por esos tiempos era solo un obrero que hacía trabajos esporádicos con los cuales obtenía escasa remuneración.
En el pueblo ejercían dos doctores de medicina general. Uno de ellos Don Amadeo, hombre de edad madura, digo madura por que para mi que era un niño de diez años, todo aquel que tuviera mas de treinta era un viejo, serio, estatura regular, calvo, de mirada inquisidora y usaba unos lentes de gruesos cristales que le daban un aire de persona docta y respetable. Vivía solo, nunca le conocí familia, en una gran casa con grandes ventanales y rodeada de arbustos y flores en una esquina del pueblo.
El se hizo cargo de la enfermedad de mi hermano Humberto. Lo atendió en nuestra humilde y pequeña casita alquilada. Orden estricta de guardar cama lo mas abrigado posible, ante la inclemencia del invierno, sobrealimentarlo, darle leche, avena, pollo, arroz, él mismo se preocupó que nada de aquello le faltara. También se encargó de las medicinas. Día por medio visitaba a Humberto, le colocaba las inyecciones de penicilina que el mismo llevaba y le extraía a través de punciones líquido dañino de los pulmones.
Se quedaba un buen rato con Humberto y conmigo, nos conversaba de muchas cosas y de lugares que el había conocido. Nos llevaba libros de su propia biblioteca. Recuerdo que con sus libros y sus conversaciones nos llevó por mares lejanos, con el conocimos lugares como Papúa, Nueva Guinea y sus pueblos; Tahiti, con sus playas y palmeras; Isla de Pascua y sus moais, parece que era entusiasta estudioso de aquellas culturas, todavía hoy recuerdo aquellas tardes, aquellas lecturas y sus enseñanzas.
Así pasaron los meses de invierno. Humberto se mejoró. La pulmonía fue vencida.
El doctor nunca mencionó que todo aquello tenía un costo o que se le debía algo por sus servicios.
Buen médico y gran hombre, el Doctor: Amadeo Antonelli.

El huerto de los Leuquén


En la última cuadra del pueblo, hacia el oeste, hacia donde estaba la cancha de aterrizaje, cerca del tambo y lechería de los Llamazares, en una manzana donde era el único sitio habitado vivían los Leuquén.
Familia numerosa: el matrimonio, los padres de alguno de ellos y los hijos, tres o cuatro.
Nombres no recuerdo muy bien, creo que eran el Caco, el Beto, la Marta, la Ana...
Casa grande y acogedora, en la amplia cocina siempre encendida la estufa a leña, un artefacto de fierro fundido con puertas para introducir la leña, bocas regulables con aros de distinta medida para colocar las ollas y sartenes, un estanque lateral para mantener agua caliente, también se le llamaba cocina económica, hoy se usan mucho en los campos donde aun abunda la leña y ésta mantiene un precio accesible, en aquel tiempo solo el trabajo de cortarla y acarrearla hasta el pueblo. Sobre la cocina siempre el agua caliente para todo aquel que quisiera tomarse unos mates.
También una gran olla con frutas y azúcar transformándose en deliciosa mermelada, o una olla en la cual se cocía una gallina criada en el propio gallinero y alimentada con grano de las mazorcas del propio huerto y también otra olla donde se cocían chapaleles, masa cocida de harina y papas de origen chilote, tierra de alguien de la familia, tampoco recuerdo cual de ellos, me parece que era mamá Leuquén. Que me perdone la familia, pero por mas que intento no puedo recordar el nombre.
En los estantes adosados a los blancos muros de adobe se alineaban frascos con mermeladas y frutas en conserva.
Una mesa amplia en la que siempre había sillas y platos para invitados o visitas inesperadas. Grande era la mesa, más grande el mantel tejido a crochet por la dueña de casa, pero nunca tan grande como el corazón de los Leuquén.
Mi hermano y yo, de niños, éramos permanentes ocupantes de aquella mesa, invitados o inesperados, pero siempre bien acogidos.
Con el tiempo, mi hermano conoció más de la generosidad de aquella familia. El ya se fue, pero se que siempre los llevó en el corazón y hoy, aunque tarde, yo quiero recordarlos antes de emprender el mismo camino que él.
La casa estaba rodeada de un cerco alto y tupido de tamariscos y álamos que se erguían desafiando al viento y protegiendo el bien tenido y abundante huerto. En el cultivaban verduras como lechugas, acelga, repollo, rabanitos, zanahorias; árboles frutales de los que colgaban: manzanas, peras, guindas; arbustos espinudos pero de exquisitos frutos: grosellas y corintos; también cultivaban papas, cebollas, maíz, mas de algún girasol adornaba los rincones, haciéndole guiños al sol del verano patagónico y en otro lugar plantas de la materia prima de una de las mas ricas mermeladas que recuerdo haber probado en mi vida y hecha por las manos hacendosas de la mamá Leuquén, me refiero al ruibarbo, que no es un fruto , sino que es una planta de hojas grandes y verdes y un tallo generoso, con ese tallo se hace la mermelada.
No era fácil mantener aquel pequeño oasis en esos lugares y en aquellos tiempos. Había que combatir el viento, las heladas, la aridez del terreno, extraer el agua desde un pozo profundo cavado por el papá Leuquén, con una bomba y con brazos que se turnaban para robarle el líquido a la tierra, los brazos del Caco, del Beto, los míos y los de la Marta. Me gustaba ver a la Marta cuando levantaba sus brazos para impulsar la palanca de la bomba, por que en su blusa ya se insinuaba un cuerpo de mujer el que le daba bríos a mi incipiente pubertad y vida a las verduras y frutas del huerto de los Leuquén...

jueves, junio 15, 2006

Un camino virtual


Por fin se asomó en mi pantalla un camino para llegar virtualmente a ese pueblo enclavado en medio de la meseta patagónica y en el punto preciso donde el viento lo acaricia o lo castiga, según sea su talante, y que ya estaba yo creyendo se lo había llevado el mismo, quizás a que confines.
Daniel, profesor de la EGB3 a quien había contactado hace muy poco por correo electrónico, en forma muy escueta (parece que el es así: escueto) me avisó de la puesta en marcha de un camino virtual: http://www.lasheras-patagonia.com.ar/ , construido por Michello Antolini, joven profesional llegada del verde y fecundo norte, posiblemente con una bandada de avutardas migratorias, se prendó del inhóspito paisaje y se quedó en estos pagos; colega en esto de proyectar y realizar vías de comunicación en la enmarañada red de Internet (me estoy arrogando títulos que no tengo, soy solo aficionado en esto de la computación, la cibernética y las redes).
Todo esto, probablemente, de acuerdo a los deseos de un Intendente visionario que quiere recuperar el camino perdido en esto de la Web. (Arrogancia aparte, pero en la red se encuentran sitios y páginas de ciudades, pueblos y lugares de menos relevancia).
De inmediato me puse mi traje de internauta, llene mi cantimplora de vino tinto, puse en mis ojos los anteojos especiales que ven pasado, recuerdos... y presente con sus bondades y problemas... y puse rumbo sur por la carretera de Internet Explorer, montado en el corcel de Google y por la ruta de acceso http://www.lasheras-patagonia.com.ar/, construida por Michello.
Rápidamente y sin demora llegué al destino, tanto tiempo añorado. Los senderos de mis pasos primeros, las aulas y el cariño con Julia del Carmen Gomez; los deportes, agradecimiento y el cariño con Eduardo Bernal; el agradecimiento y el compromiso con familias abiertas y sinceras como los Leuquén, los Burgos, los Muñoz, los Iparraguirre, los Franco, los... tantos y tantos, y sin olvidar la fraternidad, compañerismo y complicidad de los amigos y compañeros, en este momento prefiero no nombrarlos para no omitir a ninguno.También llegué a la calle Perito Moreno, es otra. Llegué a la plaza, es la misma pero distinta (se ve la torre de una Iglesia). Al museo, es igual al antiguo correo (es el mismo) donde nos llegaba a mi, a mi hermano y a todos los niños pobres el regalo de Evita por Reyes Magos. A una vista panorámica del pueblo con tres cerros al fondo, el pueblo es otro, mucho mas grande, los tres cerros siguen siendo tres y del mismo tamaño...
Mis padres Delfina y Vicente, modestos inmigrantes llegados de la vertiente del Pacífico de la cordillera de Los Andes, de Chile, consumieron su vida en estas latitudes y legaron sus huesos a la Patagonia. Yo quisiera legar mis palabras escritas en papel o simplemente en la Red.

lunes, mayo 15, 2006

El sargento y los asados


La calle Perito Moreno se extendía por doce o trece cuadras, era la única que ocupaba casi toda la longitud diseñada en el plano del pueblo.
En las cuatro cuadras más centrales se distribuía el escaso comercio y era el lugar de más movimiento.
Paradojalmente y a lo contrario que sucede en otros pueblos, las oficinas públicas como correo, banco, juzgado, municipalidad, comisaría de policía e incluso la plaza se encontraban situados en calles aledañas y no en la calle principal.
A escasas cuadras (dos) hacia el sur por la calle...por la calle...no me acuerdo el nombre, se ubicaba la escuela, a una cuadra mas estaba el recinto deportivo del Club Deportivo Las Heras, cerrado en todo su contorno por un cerco de chapas de zinc con una altura de unos dos metros. Dentro de este recinto se encontraba una cancha de fútbol de medidas reglamentarias y rodeada de escasas graderías, en realidad solo una corrida de bancas de madera por el lado oeste. En otro sector pista para carreras, pistas de lanzamiento, dos canchas de bochas, cancha de básquetbol con arcos removibles, para poder ocupar el frontón que la rodeaba y jugar pelota vasca.
También dos cuadras hacia el sur de la calle principal, por la calle... por la calle, tampoco me acuerdo, se encontraban la comisaría y frente a ella una pequeña posta de salud rural.
Recuerdo que en la comisaría siempre sobresalía, más que el comisario, la figura de un hombre alto, fornido, mirada penetrante e inquisitiva, rostro adusto que infundía respeto, pero en el fondo un hombre bonachón: el sargento Soza, un correntino destinado y avecindado en estos parajes. Los niños le teníamos mucho respeto y hasta un poco temor.
En el extremo oriente de la calle Perito Moreno estaba el recinto de La Rural, esto era la asociación de ganaderos de la zona, allí todos los años se realizaba la exposición ganadera, la que atraía a todos los estancieros a mostrar sus productos, sus mejores animales y los sementales que producían aquella descendencia. Sobresalían en bretes especiales los mas importantes reproductores de Ovinos como Merino Australiano, Merino Argentino, Corriedale, Karakul y otros, de Bovinos como Logorn, Hampshire, Charoles, y otras marcas, no marcas no, razas ( Todos estos nombres pueda que no sean correctos, pero han pasado muchos años y yo no me dediqué a este rubro).
Había carreras de caballo, sortija, doma de potros, para los mas jóvenes y para todo público carreras de embolsados, de tres pies, otra con una cuchara y un huevo y otras entretenciones, ah y me olvidaba, el palo engrasado.
Pero lo más interesante era el último día de la exposición, el asado popular. Desde temprano en los patios del recinto se preparaba una fogata inmensa y esta se rodeaba de diez, veinte, treinta la verdad que no puedo recordar cuantos corderos o capones formando un ruedo de asadores que lentamente se iban asando. Nunca he comido un asado de cordero mejor que aquellos que eran esperados todos los años por todo el pueblo y además eran gratis...
Hace ya casi medio siglo que me alejé de allí, no se no se como sera hoy, espero que todavía haya asados gratis y que alguien aun se acuerde del sargento Soza.

miércoles, abril 05, 2006

Patagonia


Patagonia, es la zona de dos vertientes con una espina dorsal, con vértebras de montañas espinales separadas y ligadas por lagos, ríos, glaciares y valles, todos de gran belleza y que se extienden por oriente y occidente.
Una vertiente occidental abrupta que desciende en corto trecho por glaciares, fiordos, canales y luego se desgrana en mil islas disgregadas desde Chiloé hasta el Cabo de Hornos que desafían al bravo e iracundo mar que Núñez de Balboa llamó Mar del Sur y Hernando de Magallanes paradójicamente bautizó como Océano Pacifico.
La vertiente del levante no es abrupta, después de abrirse paso por glaciares y descansar en lagos de montaña se derrama suavemente en valles, y llanuras que en extensos escalones o mesetas buscan las olas mas mansas del Océano Atlántico.
Hoy voy a hablar de esa Patagonia, que me vio crecer, la que se derrama lentamente de Los Andes al Atlántico. Otro día hablaré de la otra, de la que cae abruptamente al mar occidental, aquella que me vio nacer.
Patagonia es la estepa arrasada por el viento del indio Tehuelche, el indómito Kóshkil, palabra en lengua Teushen, ( sinceramente no conozco su traducción, pero me comprometo a averiguarlo y si alguien me puede ayudar se lo agradecería) que con su soplo arrastra esperanzas que a través de largos cañadones se diluyen y mueren en la vastedad de esta tierra austral.
Patagonia vergel del coirón, gramínea esteparia, duro alimento del ganado ovino, alimento vegetal que nutre carne y se trueca en lana, materias que debieran aplacar el hambre y dar abrigo a tantos pobres del mundo...
Patagonia, productora de ese sumo negro y viscoso que mana de la tierra, producto apetecido, residuos de prehistoria y culturas milenarias: el petróleo, sumo de la tierra que hoy se mezcla con el sudor de los obreros y se transforma en el producto que mueve al mundo y produce el temblor de los mercados. Desgraciadamente el petróleo se acabará y el sudor continuará.
Patagonia es la llanura donde en día claro, de verano, la mirada se pierde en lontananza y en noches largas, de invierno, con su cortina de nieve y cerrazón esconde la brújula del arriero: la Cruz del Sur, y los rumbos se pierden y se desorienta la razón.
Patagonia oriental pendiente, larga, escalonada que el Tehuelche iracundo trepa buscando refundar su hogar, allá más lejos, más alto, quizás la montaña, allá donde el “blanco”, el “huinca” gane menos con llegar.

Patagonia, del siglo pasado,
en invierno eras laguna de escarcha.
En tu espejo se acicalaba el carancho.
En tu cristal brillante, ovalo irregular,
de agosto, se reflejaba débil el sol.
Mientras un niño que esperaba crecer,
sentado en lata, cuadrada de aceite, vacía,
y en cada mano un palito aferrando,
que terminaba en punta afilada de clavo;
con sabañónes en manos,orejas y pies;
sonriente, inocente y mirada encendida,
en la laguna escarchada, patinaba sin descansar.