domingo, julio 30, 2006

Bigotes en los pies


Las personas viven y son grandes mientras alguien tiene, aunque sea un pequeño recuerdo, en un pequeño rincón de una página de su libro de memorias, por más pequeño que éste sea.

¿Bigotes en los pies? La persona que lea estas líneas pensará: ¿Que es eso de bigotes en los pies?
Bueno, lo voy a explicar: sucede que... no, mejor al final, puesto que este título y esta introducción solo son pretexto para hablar de una persona muy especial (entre otras) que estuvo presente en mis años de enseñanza primaria, desde primero inferior hasta sexto grado en la Escuela Nacional Nº 3, en la entonces Colonia Las Heras, de la entonces Gobernación Militar de Comodoro Rivadavia en la Patagonia de la República Argentina.
Hoy EGB nº 3, de la ciudad de Las Heras, de la provincia de Santa Cruz en la misma Patagonia y el mismo país.
La persona a la que me refiero fue maestra y directora de aquella escuela, no se cuando ni de donde llegó, tampoco le conocí familia, lo que sí se, es que siempre estuvo allí y estuvo presente en todos mis días de clases durante siete años y también en algunas noches de vigilia esperando la reprimenda del día siguiente por no haber cumplido una tarea, una solicitud o una orden de la Srta. Julia.
Infundía orden, respeto y también temor, siempre seria, en mis recuerdos no esta su sonrisa pero sí sus labios, sus labios rojos, hoy yo diría que sus labios eran un beso.
No era bella ni muy joven, como lo eran la Srta. Beatriz, la Srta. Carmen o la Srta. Ana María, pero sus labios rojos y su pelo recogido en un moño, como un tomate, le daban un encanto especial a la Srta. Julia.
Recuerdo muy bien que las otras maestras, las mas bonitas, todas fueron mis amores platónicos y están en el capitulo “Amores y Romances de mi vida” en el libro de mis recuerdos, en cambio la Srta. Julia esta en el capitulo “Mujeres de mi vida”.
Beatriz, Carmen, Ana María, otras maestras y otros maestros me enseñaron a jugar a la pelota y a la ronda con el abecedario y los números, me enseñaron a pronunciar las palabras y a poner el acento en el justo lugar, me enseñaron a plantar un árbol en el patio, a preparar la tierra para sembrar lechugas y zanahorias en el huerto y a cultivar una flor en el jardín.
En cambio ella, la Srta. Julia, me enseño todo aquello y algo más. Me enseño a cumplir mis obligaciones, a realizar las tareas, a escuchar y a ocupar el vocabulario y era ella la que me abría la biblioteca para que entrara a leer y permitía que llevara libros para que los leyera en la casa y siempre me incitaba a seguir leyendo, leí casi todos los libros de aquella biblioteca.
También me hacía callar en la fila y en el aula, me mandaba a lavarme las manos y a limpiarme las uñas, una vez delante de todos los alumnos me mando a lavarme los pies, creo que ese día me puse tan rojo como sus labios.
Siempre me acuerdo del día que muy seria me dijo: Herrera, mañana no lo quiero ver con esos bigotes, o los corta o dígale a su padre que le compre otro par de alpargatas.
Valgan estas pocas líneas en su recuerdo, de un alumno que no fue el escritor que Ud. hubiera esperado que fuera : Srta. Julia del Carmen Gómez.

martes, julio 11, 2006

Un día 11 de julio de hace muchos años...


Al medio día de un 10 de julio, tal como dice el titulo, de hace muchos años, el colectivo o pullman estaba estacionado en el patio de la Empresa de Transportes Giobbi, en Comodoro Rivadavia, República Argentina, esperando ser abordado por más o menos una treintena de pasajeros, los cuales todos tenían el mismo destino, un pueblo enclavado en el centro de la pampa y en medio del invierno: Las Heras.
Poco a poco comenzaron a llegar los pasajeros: niños, chicas y chicos adolescentes, entre ellos el que escribe estas líneas, mujeres, hombres jóvenes y algunos que ya peinaban canas como la persona que dirigía o hacía cabeza del grupo, puesto que se preocupaba de distribuir las ubicaciones dentro del colectivo y estaba pendiente de quienes llegaban y se preocupaba por los que aún no lo hacían.
Este señor que dirigía, el de pelo canoso, no por ello mayor o viejo, sino que joven, jovial e inquieto era Eduardo Nicolás Bernal, un maestro, un deportista, un dirigente que hacía algunos años había llegado de la provincia de La Pampa y fue adoptado por los fuertes lazos de la Patagonia y los brazos de una mujer: Carmen Franco, justamente allá donde nos dirigíamos: Las Heras.
Yo vivía, de alguna forma adoptado por ellos desde que había fallecido mi padre, también en Las Heras.
En esos tiempos vivíamos en Comodoro Rivadavia donde él era subdirector del diario “El Rivadavia”, después de haber dejado el pueblo, como dos años atrás, al poco tiempo de la caída del gobierno de Juan D.Perón.
Bueno, volvamos al viaje, los primeros asientos fueron ocupados por él mismo, Carmen su esposa, Lily su hermana, Noemí, Eva y Amelia sus hijas, Jovita una chica de Las Heras que estudiaba en Comodoro y vivía con ellos y yo.
Más atrás otras personas conocidas que también eran del pueblo y ahora vivían en la urbe sureña.
Los últimos en llegar y que ocuparon los asientos de la mitad posterior del pullman fue un grupo como de diez personas que cargaban equipaje muy especial, pues sus valijas semejaban instrumentos de música, todos vestían en forma descuidada, lo contrario de nosotros que lucíamos nuestra mejor pinta. Eso sí, todos íbamos muy bien abrigados, pues el invierno era duro en aquellas latitudes, hoy estoy lejos de allí y por lo que leo ahora los inviernos no son tan rigurosos.
Nosotros prácticamente no llevábamos equipaje, solo bolsos de viaje, algunos paquetes con envoltorios vistosos y flores, unos cuantos y grandes ramos de flores.
Como a la una de tarde partió el bus, con día nublado y amenazante, rumbo al interior de la Patagonia y al interior de nuestras vidas y su pasado reciente.
Pensábamos llegar entre cinco y seis de la tarde, para poder descansar un poco del viaje, ya que la noche iba a ser larga y al día siguiente teníamos que volver a Comodoro después de haber asistido y haber participado en la ceremonia que nos convocaba.
En ese tiempo los caminos eran difíciles, lentos e impredecibles, impredecibles por las condiciones de tiempo que nos podían tocar, puesto que los pronósticos eran presunciones y no certezas satelitales como tenemos hoy. Una de esas presunciones falló y en Pampa del Castillo una fuerte nevada fue nuestra compañera de viaje, la que hacía más lento el desplazamiento.
Como a treinta kilómetros de Las Heras, ya no nevaba, pero el camino era un lodazal y de un momento para otro, allí quedamos empantanados y parecía por la cara del chofer que iba a ser muy difícil salir. Todos los hombres mayores, mayores que yo, bajaron y comenzaron a empujar la máquina, la que después de titánicos esfuerzos e interminables minutos pudo escapar de aquella trampa. Ya en terreno mas firme, ya más aliviados, pensamos que íbamos a alcanzar a llegar, tarde pero íbamos a llegar a tiempo.
Como con tres horas de retraso, como a las ocho, con una noche bien negra, apenas rasgada por los débiles faroles de las desiertas calles del pueblo, con cierto alivio nos detuvimos en un lugar donde había bastante gente esperándonos. Todos sobria y elegantemente vestidos.
Allí estaban los Arresse, los Fernandez, los García, los Soto, los Barría, los Fuentes, los Alvarez, los Burgos, los Leuquén, los Parra, los Iparraguirre, los Bardón, los Muñoz, los LLamazares, los Chaín, los Totino, los Goudiño, los Peña, los Castro, los Figueroa, los Garriga,los Franco, los Payahuala, los Cheuquepán, los Segura, los Gonzalez, los Rodríguez, los Peñalba, los Etchepare, los Pródomo, los Inchauztegui, los Nacchi, los Tucci, los Mendez, los Duarte... estaban todos.
Después de saludos, de abrazos, de bajar los paquetes que llevábamos, haber colocado en distintas partes del amplio salón, todas las flores que cargamos en Comodoro y que impregnaron el ambiente con perfume de claveles y después de haber tomado un café bien caliente, todo esto más o menos en un lapso de media hora, todos quedamos en silencio...
Se escucharon acordes musicales, eran los muchachos de equipaje musical, los mismos que hacía pocas horas con el barro hasta las rodillas liberaban el colectivo del lodazal y ahora con trajes de luces, que no me pude explicar de donde los sacaron, llenaban con baiones, tangos, milongas, pasodobles, valses y otros ritmos de moda el amplio salón, salón que era la sede del Club Deportivo Las Heras, donde en ese preciso momento se iniciaba con alegría la celebración de un año más de aquel pueblo enclavado en la mitad de la Patagonia y hoy en el centro de mi recuerdo.
Al día siguiente 11 de julio, día de la fundación del pueblo, por la tarde cansados o no, con lluvia o con nieve, con sol o con viento teníamos que volver a Comodoro.
La orquesta se llamaba Ritmo y Juventud y estaba de moda en Comodoro.
Hoy digo que nadie nos puede quitar lo comido, lo bailado y lo vivido.


Eduardo Nicolás Bernal Lonegro, vive en Comodoro Rivadavia. Además de maestro, deportista, hombre multifacético y reconocido dirigente deportivo a nivel nacional y continental, hoy con más de ochenta años es el actual Secretario de Gobierno en El Municipio de Comodoro Rivadavia.
Si yo fuera algo en Las Heras promovería un gran homenaje para este gran hombre.